El 16 de mayo de 1938, en medio del desconcierto de una Barcelona bajo las bombas y con los sublevados avanzando desde el sur, Antonio Vilanova, un adolescente de quince años, inicia un dietario para dejar constancia de la situación de escasez, miedo e incertidumbre que se vive en la ciudad, y también para vencer el tedio y hacer lo que más le gusta: leer y escribir. Durante ocho meses gracias al privilegio de tener un tío librero que regenta la librería Verdaguer, en las Ramblas pasan por sus manos más de cien títulos de autores como Thomas Mann, Virginia Woolf, Joseph Conrad y Henrik Ibsen, sobre los que el joven escritor redacta reseñas y comentarios que va intercalando en el relato de sus vivencias. Diario de un joven lector (1938-1939) presenta ese dietario, que se detiene el 23 de enero de 1939, ante la inminente entrada de las tropas franquistas en la capital catalana. Su contenido refleja no solo el aprendizaje intelectual de un lector precoz que acabó convirtiéndose en uno de los críticos más relevantes de las letras españolas y catalanas de la segunda mitad del siglo xx, sino también la rica tradición cultural y literaria de toda una generación de jóvenes que quedó truncada con la instauración de la dictadura.