Hay muchas razones para concluir que la prosa de William H. Hudson seduce con la fuerza de los grandes maestros. La cincela una nostalgia por la vida salvaje y libre en las Pampas de su juventud; pero también una exquisita utilización del lenguaje que compone un idilio literario con los sucesos de la naturaleza. A ello dedicó su obra literaria y sus escritos como naturalista y ornitólogo, convencido siempre de que no hay mayor desatino que el de volver la espalda a la sabiduría de sus ciclos, sus misterios y su mística.
En 1871 Hudson se dispone a viajar por la Patagonia para observar sus aves, pero un accidente le retiene en la provincia de Río Negro donde permanece varios meses. Su viaje se convierte en una excusa para reflexionar sobre la experiencia de la contemplación como vía para explorar las regiones sensibles del alma. Conocido como el Thoreau argentino y como el Príncipe de los Pájaros, levantó encendidos elogios entre los escritores de su generación, entre ellos Robert Cunningham Graham, Ford Madox Ford, Joseph Conrad o el grupo de Bloomsbury y también cosechó la estima de Jorge Luis Borges, César Aira o Ricardo Piglia.
Un testimonio sobre la vida de los colonos y gauchos a finales del XIX y de la paulatina desaparición de las poblaciones indígenas de la Patagonia; pero, sobre todo, una mirada experta a la fauna y aves de esta región que deja descripciones memorables. Un clásico de la literatura naturalista.
«No había ningún escritor que no reconociera que era el más grande narrador vivo de la lengua inglesa»
Ford Madox Ford
«Nuestras cosas no han tenido poeta, pintor ni intérprete semejante a Hudson, ni lo tendrán nunca»
Ezequiel Martínez Estrada