Un país donde el viajero la primera sensación que recibe es que todo es nuevo, todo está por descubrir, ciudades, que parecen haber despertado de un largo sueño y se han despejado lavando su cara y recomponiendo su ropa para ofrecer su mejor imagen, y dentro de ellas una gente, amable y colaboradora. Su capital Ljubljana es una ciudad a tamaño humano donde todo está vertebrado, tal vez según el gusto de su arquitecto Joe Plecnik, en torno a su río, otras ciudades en cambio nos parecen nuevas pero en cuyas viejas calles y paseos marítimos se han recuperado viejos materiales para hacer cosas nuevas.
Por otro lado la belleza de sus verdes paisajes, cerca del 60 % de su superficie está cubierta por bosques, con la silueta de las altas montañas marcando el fin de nuestra vista cuando se circula por sus carreteras, los paisajes de karst donde los ríos subterráneos han excavado miles de cuevas que hoy reclaman la atención del viajero, luego una costa donde la influencia veneciana supo adaptarse al capricho esloveno. Y para terminar la fiesta nada mejor que dedicarse en cuerpo y alma a disfrutar de sus maravillosas aguas termales, explotadas en tantos centros balnearios en la zona de Pomurje.