Había una vez un papá diablo que era feroz y malvado. Había también una mamá diablo que era fiera y malvada. Y luego estaba Filbert, su pequeño diablillo, que no es que fuera bueno, era RE-TE-BUENO.
Filbert se quitó el abrigo rabiosamente rojo, los cuernos monstruosos y los horripilantes guantes y se los dio a Florinda.
Florinda se quitó la suave capa plateada, las esponjosas alas blancas y la aureola dorada y se las dio a Filbert.
Una angelita nada perfecta? ... y un diablillo casi angelical.