«Cuando la sonámbula fue interpelada, había dejado tras de sí ya la mitad de su camino. Había cruzado una calle y se había quedado parada frente a un escaparate, en cuyo cristal, mate y sucio, se reflejaba algo, un pedazo de cielo de marzo, un tejado inclinado y la publicidad de un sujetador, todo entremezclado entre bellos colores y desfigurado sugestivamente por el desnivel de los cristales. Allí estaba la sonámbula, haciendo balancear su bolsita roja de la compra de un lado para otro, y percibió algo impreciso compuesto de aire azul y de retoños marrones y pegajosos, de cantos de pájaro y de husmeantes hocicos de perro, y que se llamaba "la primavera".»