El camino real aqueménida constituyó el instrumento más importantes del gobierno que los antiguos persas ejercieron sobre el Próximo Oriente y Asia Central entre los siglos VI y IV a.C. El vasto Imperio Persa dependía de un sistema eficiente de comunicación y de transporte. De este modo, y por primera vez en la historia, lugares tan distantes como el Valle del Nilo, el Mar Egeo, el Mar de Aral o el Valle del Indo estuvieron unidos por una enorme red viaria que facilitaba y agilizaba la administración del Imperio, la recolección de tributos, el movimiento de las tropas y las actividades comerciales. Todo ello no habría podido funcionar sin la existencia de un cuerpo de especialistas encargado de supervisar y mantener en buen estado los caminos; sin la instalación de estaciones donde la corte real, mensajeros, funcionarios y trabajadores del Estado, embajadas extranjeras, viajeros, etc. podían obtener alimentos, cambiar de montura para proseguir con el viaje y un lugar en el que descansar o pasar la noche; sin la presencia de escoltas y guarniciones militares que velaban por la seguridad de los transeúntes; sin un sofisticado sistema de gestión que permitía controlar y dirigir el abastecimiento y redistribución de los alimentos; y sin un excelente conocimiento de la fisiología equina, que permitió a los mensajeros transmitir en un tiempo record las órdenes reales. Su enorme importancia no acabó con los aqueménidas, pues constituyeron una de las principales vías para la penetración del helenismo en el Próximo Oriente y Asia Central, así como sirvieron de modelo para los posteriores estados que se asentaron bajo los territorios antes dominados por los poderosos monarcas aqueménidas.