Entre la muerte de Isabel I de Castilla y la venida de su nieto Carlos a España transcurren trece años teñidos por cierto aire de provisionalidad, atravesados también por diversas convulsiones políticas y por las consecuencias de sucesos inesperados que podían afectar a la continuidad dinástica. Pese a todo, los historiadores los han considerado como una prolongación del reinado conjunto de Isabel y Fernando, debido a la estabilidad de la gobernación -así se la llamó- del rey Fernando de Castilla.