Estamos condenados. El desenlace es la muerte, con el final de la mayor parte de la vida en el planeta. La demoledora sentencia del científico social Mayer Hillman, acerca del funesto destino que aguarda a la especie humana a medida que avanza de forma irreversible el proceso de volver completamente asqueroso su propio nido, describe de forma descarnada la dramática tesitura en la que nos hallamos actualmente. Y el responsable de la catástrofe hacia la que nos encaminamos aceleradamente está además perfecta-mente identificado: un modo de organización social completamente irracional, basado en las frías aguas del interés egoísta en las que navegan los poseedores del poder y el dinero.
El movimiento ecologista debe, en base a lo anterior, asumir un protagonismo muy destacado en la denuncia del Armageddon en ciernes y en el ejercicio del liderazgo en la potenciación de todas las formas posibles de luchas socia-les anticapitalistas que pugnen por evitar in extremis el peor de los escenarios posibles.
La cuestión capital sería pues la siguiente: ¿existe una correspondencia entre la dureza del diagnóstico terminal del paciente y la radicalidad de las prácticas sociopolíticas y de las propuestas transformadoras del movimiento ecologista en pos de aunar la preservación del fracturado metabolismo socionatural con la liberación del yugo del capital? Esta es la pregunta decisiva de la que parte el presente libro.