Tras su génesis en los desiertos orientales, el primer monacato occidental fue creado en el siglo IV por una aristocracia convertida al cristianismo que, al principio en domicilios particulares y poco después en estructuras institucionalizadas y ya no necesariamente familiares, fue tejiendo una red de monasterios que prefiguraron el paisaje medieval. Las fuentes escritas sobre todo las patrísticas, en las que se centra el presente volumen aportan datos acerca de los principales procesos de implementación, desarrollo y, en algunos casos, extinción de este monacato primitivo, rico en sus manifestaciones a la vez que heterogéneo y, a menudo, sorprendente. En este libro, diversos especialistas nos ofrecen su visión sobre dichos procesos a partir del análisis de dos ejes geográficos (el Norte de África y la Galia insular), una regla monástica y la evolución del ropaje que marcó la identidad de los primeros monjes y monjas.