Cuando lavar era un acto público, nuestros ríos, regatos, lavaderos y fuentes fueron testigos del duro trabajo que soportaron las manos y los cuerpos de las mujeres. Para ellas, lavar era más que un trabajo, era además un tiempo y un espacio de reunión. En su memoria guardan los momentos de charla compartidos, las complicidades, la gestión de conflictos cotidianos... Para las niñas y mozas, era un espacio de aprendizaje, de descubrimiento de tabúes; un espacio de socialización en el que, en una época en la cual se preparaban para ser esposas y madres, aprendían lo que estaba bien visto y lo que no lo estaba en la conducta de una mujer.