La naturaleza nos dio el hambre y nos puso la comida, nos dio los pulmones y el aire, la sed y el agua. La naturaleza nos inculcó la agresividad y nos enseñó el amor, se hizo misteriosa y nos otorgó la inteligencia, nos trajo las enfermedades y nos proporcionó los remedios. Solamente la egolatría del ser humano le ha hecho creer que tras los muros de un laboratorio médico está la solución a sus males, que se pueden evitar las enfermedades inoculando venenos y restaurar la salud de un órgano dañado a otro. Cuando dentro de unos años la humanidad recuerde cómo se curaba a nuestras generaciones, con química y procedimientos invasivos que llegan a nuestras entrañas, sentirán pena por nosotros.