Los retos o rieptos y los desafíos servían para hacer justicia y reparar el honor dañado. No era suficiente con la justicia civil cuando el honor de un caballero quedaba empañado por un insulto público, una traición amorosa, o por el simple hecho de ser cuestionado en la veracidad de sus palabras. Así, siguiendo un exquisito protocolo que llegaba a constar de cartas de invitación para el duelo, redactadas con una cortesía impropia del objeto que perseguían, la ley fue incapaz de impedir, ni siquiera reducir, los numerosos desafíos y enfrentamientos que incluso en los siglos XVI y XVII se produción de forma cotidiana. Ante la tozuda realidad, el legislador solamente pudo tratar de evitarlos y, en cualquier caso, aportar unas reglas básicas para impedir las malas artes.