El pueblo vasco, como tantos otros, tuvo que aprender a relacionarse con el mar, a vivir con y del océano, arriesgando vidas y bienes. Desde los habitantes prehistóricos que recogían moluscos hasta las actuales singladuras marinas, cientos de generaciones han trabajado para hacer suyo un elemento originariamente hostil. Hemos dividido nuestros 225 kilómetros de costa, bello compendio de esa historia, en trece etapas. Nos espera un camino salpicado de playas entre acantilados, calas salvajes, atalayas balleneras, calzadas y montes con olor a salitre, dunas, marismas, bosques litorales y majestuosos estuarios. Nos espera un país al borde del mar.