Durante las largas noches de su infancia como aprendiz en una ferrería eibarresa, Juan de Arrate soñaba con países lejanos de nombres impronunciables donde vivían personas y animales fantásticos. Pero Arrate no era de los que se conformaban con soñar, por eso huyó de su destino y se marchó de viaje, primero con Viriato de Souza, el ebrio afinador de laudes que odiaba la música; y después en un galeón rumbo a América como sirviente de Lope de Alegría, el apocado coleccionista de planisferios. Pero ya se sabe que los sueños que se cumplen tienen su parte oscura: el viaje de Arrate se tuerce y en lugar de terminar en Potosí, tal y como pretendía, acaba en la selva del Amazonas, donde llega a ser rey de los arandú, un pueblo generoso y noble que apenas logra vislumbrar que con la llegada del vasco se inicia el final de su mundo.