«No me hable usted de la guerra» rezaba un singular botón para solapa que mostraban algunos paseantes por las Ramblas de Barcelona a principios de 1915. Sin embargo, en aquellos primeros meses de la Primera Guerra Mundial, cualquier noticia extranjera relacionada con el conflicto tenía cabida en los periódicos. Hasta puede decirse que llegó a producirse un verdadero cansancio entre ciertos ciudadanos que constataban que el exceso de informaciones (mapas, entrevistas a generales, descripciones de las trincheras, informes económicos y médicos, fotografías, etc.), y el contraste de las propagandas ideológicas de los dos bandos no ayudaba a esclarecer los hechos ocurridos ni a orientar mejor a los lectores. Todos los diarios de las principales ciudades se apresuraron a enviar, ya fuera cerca del frente o directamente en las trincheras, a sus corresponsales de guerra, favoreciendo la popularización de un «nuevo» oficio especializado, probablemente el último oficio de aquel recordado «mundo de ayer». Testimonio ocular de los hechos que relataba, el corresponsal intentaba satisfacer las demandas de los lectores,