Este segundo volumen de la obra miscelánea (curiosa palabra que salta recientemente a la actualidad...) de Robert E. Howard viene a ser un poco más de lo mismo que presentamos en el primero de la serie, relatos sueltos más o menos largos sin solución de continuidad, un fragmento o dos (aunque no está tan clara la cosa, como ya se verá) y, como colofón, dos secciones que entendemos muy curiosas: diez poemas que forman dos ciclos claramente diferenciados y un puñado de cartas que aparecieron en la revista Amra entre los números 10 y 41.
Dice el propio Howard en una de esas cartas que tenía cuentos que no había terminado o que no quería terminar porque no le gustaban demasiado, de modo que entiendo que alguno de los que aparecen aquí (y en otras partes también, claro), no son de lo más apreciado por su autor. Ya dejaba entrever cosas así en su libro autobiográfico (El Rebelde), que apareció en esta casa hace cosa de un año: tenía un buen número de manuscritos abandonados porque no sabía cómo continuar con la historia y cosas parecidas. Naturalmente, siempre hay sorpresas.
Nos queda emplazarles para el tercer volumen de estas misceláneas, que recogerá las obras de Howard en las que aparecen dos de sus personajes más emblemáticos: Bran Mak Morn y Turlogh OBrien. De momento, ignoramos qué cuentos aparecerán, aunque seguros hay tres: «Gusanos de la tierra», «Los dioses de Bal-Sagoth» y «El crepúsculo del dios Gris». Nada original, lo sé, pero era imprescindible que esos relatos pudieran ser leídos aquí.
