Miras las aguas del Ara que se deslizan bajo el último puente.
Con ellas viaja una mujer inglesa que escaló la montaña más alta, el canto del urogallo y la imposibilidad del amor, las aguas de Heráclito, la siega del trigo, la caza del jabalí, el silencio de los pueblos abandonados, el puente de piedra, el paso de los peregrinos. Con ellas baja también la brigada del ejército republicano, el puente destruido, un pueblo incendiado, las llamas de la derrota, el silencio de la paz, el esconjuradero, la transparencia de las truchas, la resistencia del boj, la austeridad del románico y la flecha de un quebrantahuesos. Y el agua, el agua que baja, que se filtra, el agua que riega, el agua que se quiere domesticar, la lucha contra el pantano, el pueblo que resucita, el canto que brota de la tierra, la ronda de Boltaña, las torres de vigilancia, el miedo, los versos de Manrique, el correo que llega tarde, los camiones de Viñola, las maletas para emigrar, la emoción de un álamo temblor que late en la orilla
El agua que baja, el agua que se regenera, el agua que no descansa
y la corriente de la vida de nuestros antepasados.
En estas páginas que tienes en tus manos, amiga lectora o amigo lector, existe una emocionada gratitud a la gente decente, sencilla, leal y buena que ha levantado este país. (Víctor Viñuales, en el prólogo).