Si exceptuamos esa extraña identidad llamada Kosovo, Montenegro es el país más joven de Europa, la más reciente y fina perla del Mediterráneo. Su historia es la propia de otros países balcánicos, que vivieron al socaire de la civilización romana y el imperio bizantino, al que siguió un breve periodo de independencia y, por fin, la dominación otomana. Sin embargo, la peculiaridad montenegrina consistió en que dicha dominación no fue total, sino que el país logró mantener su identidad y su autonomía gracias a continuas luchas que le permitieron crear incluso un reino decimonónico.
Durante el siglo XX sufrió los avatares de la Yugoslavia monárquica y su continuación socialista, con el corto aunque doloroso paréntesis de la Segunda Guerra Mundial. Alcanzada la independencia en 2006, hoy día se nos presenta como un gran atractivo turístico propiciado por su tradicional cultura ortodoxa y católica, unas costas típicamente mediterráneas y un interior montañoso repleto de posibilidades.
Las bellezas naturales son excepcionales, y entre ellas destacan sobremanera el fiordo de Kotor y el magnífico cañón del río Tara. No en vano se proclama el primer país que incluye la defensa del medio ambiente en su constitución.