A consecuencia de un error de manipulación, un mago transforma en microbio al héroe de esta aventura, aunque lo que pretendía era transformarle en ave. Ese microbio un vibrión del cólera descubre maravillado y nos describe su nuevo planeta: el cuerpo de un vagabundo llamado Blitzowski, y a sus habitantes, los otros microbios, con sus creencias, sus dinastías, sus aristocracias, sus sociedades científicas, su clero, su pequeño pueblo. Las memorias de este personaje cubren tres mil años de tiempo micróbico apenas tres semanas de tiempo terrestre, lo bastante para hacer fortuna explotando las formidables riquezas que se pueden encontrar en un diente de oro. Nuestro microbio es un personaje muy vanidoso, sentimental, egoísta, charlatán y muy a menudo incoherente en su discurso lo que le permite a Mark Twain introducir en su relato una ironía glacial, que podría ser voltairiana (se acuerda el lector del Micromegas), si no fuera porque es tan negra como la de Swift. Un relato lleno de un humor implacable que critica de manera objetiva e imparcial la vida de los microbios y, a partir de ese punto, de los hombres, cuyos errores reproducen. Tres mil años entre los microbios pertenece al largo linaje de textos pesimistas y no estaría de más en una nueva antología del humor negro.