Muchas de las primeras localizaciones que ahora reconocemos como defensivas no fueron mucho más que las primeras organizaciones del hábitat de los vascos, los primeros poblados, los que podemos casi llamar primeros pueblos de nuestros antepasados.
Construidos en los tránsitos de hace casi dos milenios, entre la Edad del Hierro y las primeras incursiones de la cultura de Roma por nuestra geografía, aquellos castros se están sacando constantemente del silencio.
El establecimiento de sus poblados va a estar determinado por unas características comunes en toda la geografía vasca. Se ocupan cerros situados en lugares estratégicos, generalmente con accesos difíciles o condiciones naturales para la defensa reforzándose estas casi siempre mediante la construcción de muros y aterrazamientos. Las conocemos a lo largo de nuestros territorios como castros y proponen un larguísimo inventario que está siendo todavía investigado para aportar luz al conocimiento de las poblaciones de esta era. Fortificaciones, escenarios de guerra y lecciones de historia. Las palabras de este título parecen llevarnos a territorios de leyendas y castillos pero no es ese únicamente el escenario que pretendemos buscar. Muchas montañas, están surcadas por muros camuflados, por trincheras que dibujan el relieve insospechadamente. Y debajo de cada una de esas huellas, están sepultados muchos episodios bélicos, también en ocasiones mucha sangre derramada. Es ahí donde el paisaje oculta el pasado pero donde vamos a encontrar valiosos pedazos de memoria que parecen esperarnos.
De nuevo hemos buscado un pretexto cultural para echarnos al campo en busca de naturaleza con historia y memoria.